El caso de espionaje del buque chileno Beagle de 1978

La historia que se presenta a continuación resumidamente ha sido recogida del libro "SIN… lugar para antidemócratas" del comandante FAP (r) Juan Carlos Rosales Valencia, con su aprobación, así como de una entrevista suya brindada al diario La República muchos años después, otras publicaciones antiguas y recientes que se encuentran disponibles en internet y contiene además cómo fue la respuesta de la contrainteligencia de la FAP y la posición del gobierno del Perú.

Uno de los episodios menos conocidos de la historia peruana del siglo XX tuvo lugar el 14 de diciembre de 1978 en la apacible y soleada provincia piurana de Talara. Debido a su connotación política, diferentes medios se hicieron eco de este caso pero poco se supo por parte del gobierno militar de aquel entonces presidido por el general EP Francisco Morales Bermúdez. Fue una respuesta política sin contundencia que ha dejado dudas que hasta ahora no han podido ser resueltas. El estado peruano fue víctima de un espionaje por parte del gobierno de Chile conducido por el general Pinochet, que estaba muy preocupado luego de la recepción de material militar soviético por parte de las fuerzas militares peruanas.

Estas adquisiciones convertían a la FAP en una de las fuerzas aéreas mejor posicionadas de Sudamérica y esto había provocado un desmedido interés por parte del gobierno de Pinochet: ¿Qué había adquirido exactamente la Fuerza Aérea del Perú? Esa pudo ser la causa fundamental para que el gobierno de Pinochet se atreviera a buscar información de manera tan agresiva como un caso de espionaje.

Todo comenzó en los muelles del puerto de Talara. Un buque tanque de la armada chilena se encontraba navegando frente a las costas piuranas y esto fue informado por pescadores y de la Capitanía del puerto al personal de inteligencia FAP, para que aplique las medidas preventivas en un caso así. Tras días de labores de contrainteligencia, se pudo conocer que el agregado naval de Chile viajaría vía terrestre de Lima a Tumbes en un auto de la embajada, lo cual resultaba más que sospechoso por la coincidencia del posible arribo del buque Beagle en Talara.

El contexto geopolítico de aquel entonces presagiaba un conflicto militar entre Argentina y Chile y la inteligencia estadounidense consideraba la posibilidad de un desembargo argentino en las islas de Lennox, Picton y Nueva, ubicadas en la región de Magallanes, la más meridional de la geografía chilena. Y también se especulaba sobre una posible intervención por parte de Perú y Bolivia a favor del bando argentino.

Fue en este contexto que se produjo el espionaje por parte del Beagle. Según el historiador Emilio Luna Vega, el buque Beagle acoderó en el espigón número dos del puerto de Talara el 13 de diciembre con el objetivo de cargar 1755 toneladas de gasolina de 84 octanos. Los documentos para la transacción no tenían problemas, pero la embarcación chilena demoraba en demasía la información sobre la relación completa de su tripulación. Se conocía que la nave traía 91 hombres a bordo cuando este tipo de embarcación solo requería 30. Eso llamó la atención de las autoridades portuarias.

Cuando ya no pudieron retardar más la entrega de la relación requerida, se comprobaron las sospechas de la inteligencia peruana: el buque chileno Beagle traía una dotación militar de infantería de marina con diverso armamento donde destacaban bazucas. El Beagle había venido directamente desde Valparaíso a Talara. No había justificación alguna para la dotación militar y el armamento ofensivo, más aun si se tiene en cuenta que Talara es un importante depósito de combustible y la capital de las refinerías del Perú.

Ante tal situación, el capitán del puerto de Talara permitió el desembarco únicamente de diez militares de la tripulación del Beagle en donde resaltaba Sergio Jarpa Gerhard, comandante del buque, y su segundo al mando Alberto Andonaegui Álvarez, teniente de infantería de Marina. Tan pronto los militares chilenos pusieron pie en tierra, los esperaba un Toyota color rojo de placa -irónicamente- 007, enviado desde Lima por parte del agregado naval de Chile en Perú, el capitán de navío Jorge Contreras Sepúlveda, quien era hermano del general Manuel Conteras Sepúlveda, implicado en el asesinato del exiliado Orlando Letelier en Washington, quien fue parte del gobierno de Salvador Allende.

Ese día 14, el Coronel FAP Luis Abram Cavallerino participaba de la programación por su cumpleaños. Constantemente era informado de las actividades que hacían los tripulantes chilenos por intermedio del oficial de inteligencia, el teniente FAP Juan Carlos Rosales Valencia. Todo se desarrollaba en forma normal hasta que a las 13:00 horas aproximadamente el vehículo Toyota rojo de placa CD007, salió de su estacionamiento del hotel Huanes. Pero, para asombro de todos, tenía dos ocupantes más. Algo había ocurrido en las últimas horas. Los oficiales del buque chileno Beagle, que había arribado horas antes en el puerto de Talara, se habían alojado también en el Huanes. El auto salió del hotel con rumbo al aeropuerto de Talara. Un suboficial FAP, colocado estratégicamente en la torre de control del aeropuerto, reportó telefónicamente su ingreso.

Informado del suceso, el teniente Rosales tomó la decisión de salir de la base aérea para identificar a los nuevos tripulantes del auto Toyota rojo. Se instaló sigilosamente en el restaurante que se encuentra dentro del aeropuerto, donde observó a los tres chilenos almorzando. Cuando terminaron de comer, subieron al auto vigilado. El mismo auxiliar de la agregaduría militar de la embajada chilena conducía el vehículo. En el asiento delantero iba el comandante del Beagle, Sergio Jarpa, hijo del entonces Ministro del Interior de Pinochet: almirante Onofre Jarpa. Y en el asiento posterior iba Andonaegui.

En todo momento permanecieron vigilados, sin que estos se percaten de la presencia del teniente Rosales. Su experiencia e intuición le decían que algo ilegal estaban tramando. Discretamente siguió al auto Toyota rojo con los tres chilenos dentro. Se percató que tomaron la ruta de la base aérea de Talara y pasaron delante de la puerta de ingreso de la base, pero sin detenerse. Por el contrario, la rodearon utilizando el desvío que sirve para dirigirse a Tumbes por la quebrada Pariñas. Entonces, el teniente Rosales comenzó a entender su real intención y para ese momento, ya no había posibilidad de regresar a la base aérea. Es en este tramo infértil y desolado de la carretera Panamericana donde, debido a una irregularidad en el terreno, se aprecia claramente el interior de las instalaciones de la base aérea El Pato.

Ese día, las instalaciones lucían una línea de vuelo impresionante, con más de 50 aviones alineados en una de las pistas de vuelo que alguna vez fue utilizada por los pilotos norteamericanos para el despegue de sus bombarderos estratégicos. La vista del lugar impactó tanto a los ocupantes del auto que inmediatamente sacaron una cámara fotográfica Minolta y el comandante Jarpa comenzó a tomar fotos tantas veces lo permitiera el aparato. Al ver esta acción por parte de los chilenos, sin temor alguno y armado de valor, Rosales tomó la decisión de acelerar la camioneta que conducía. Alcanzó al auto chileno y, pese a lo temerario de la maniobra, los embistió por la parte delantera lateral izquierda. El suboficial chileno maniobró su vehículo para evitar la colisión y viró bruscamente a la derecha. De tal forma que el auto rojo fue a parar a un lado de la pista, sin poder avanzar por tener la camioneta atravesada como cuña.

Al quedar así los vehículos, Rosales rápidamente salió de la camioneta y dando vuelta por la parte de la maletera, se dirigió hacia el lado ocupado por el comandante Jarpa. El comandante abrió violentamente la puerta delantera del lado derecho del auto con la intención de detener a Rosales. Este se escurrió por debajo de sus brazos y logro evitarlo. Luego, Rosales se introdujo de cabeza al interior del vehículo y llegó a arrebatar la cámara que momentos antes el comandante Jarpa había entregado al auxiliar de la agregaduría. El comandante Jarpa intentaba infructuosamente sacarlo del vehículo jalándole de los pies. Rosales solo salió del vehículo cuando ya tenía en su poder dentro de la camisa y el polo la cámara, que en último momento el auxiliar Durand había logrado abrir y cerrar tratando infructuosamente de velar la película. Al tomar conciencia que se encontraba solo y en desventaja en aquel paraje solitario, él apeló a un ardid para controlar la situación sabiendo que estaba en desventaja numérica.

Resueltamente, el teniente Rosales les dijo: “No me toquen, porque desde los puestos de observación los están vigilando y les pueden disparar. Están detenidos”. Los militares chilenos se quedaron paralizados. Aprovechando que todavía no se recuperaban del asombro, él los obligó a introducirse en su vehículo para luego conducirlos detenidos hasta la entrada de la base. Ya allí, el teniente Rosales ordenó al oficial de servicio de guardia que se encargara de la vigilancia del personal chileno, mientras él buscaba al coronel Abram para dar cuenta de lo sucedido.
El coronel no podía creer lo que le contaba el teniente Rosales. Inmediatamente, ordenó al resto de oficiales suspender las actividades por su cumpleaños y, con ellos, se dirigió a la prevención. Sorpresivamente, Abram dio la orden que los chilenos fueran custodiados por separado. El teniente Rosales entregó la cámara Minolta al coronel Abram y este a su vez a un especialista en fotografía para que la revise. El especialista le dijo que solo se habían perdido algunas tomas, pero que no podrían revelar el rollo en Talara porque era a colores. Solo en Lima se podía revelar rollos de película a color en esos tiempos.

El coronel Abram informó de la situación y los resultados de la operación de inteligencia al cuartel general de la FAP en Lima, el cual dispuso la salida de un avión para que el rollo fotográfico se revele en el servicio aéreo fotográfico nacional en la base Las Palmas de Lima en el más breve tiempo. Mientras tanto, en Talara, el coronel Abram convocó a su despacho al capitán de puerto para tomar conocimiento exacto de cómo se había producido el arribo del Beagle y poder informar en forma completa lo acontecido. En dicha reunión se supo que el agregado naval chileno también había arribado a Talara en un vuelo comercial, pero no se presentó a la base para reclamar por sus colegas. A partir de que el coronel Abram diera cuenta de lo sucedido a la Comandancia General de la FAP, los teléfonos confidenciales no dejaron de sonar. Se produjo por horas un diálogo incesante. Aproximadamente a las 19:00 horas, el Mayor General FAP Salvador Barrios Eléspuru, Director de Inteligencia, llamó al coronel Abram anunciando que las fotos habían salido bien y eran comprometedoras para los chilenos.

Efectivamente, Jarpa había fotografiado al interior de la base aérea y el puerto de Talara, mientras que Durand había logrado vistas de mucho interés para la inteligencia de su país como puentes, fábricas, ríos, la siderúrgica de Chimbote y otras tomas durante su viaje de Lima a Talara, lo cual demostró que Durand era un agente secreto con experiencia. Con esas evidencias, el coronel Abram dispuso al teniente Rosales preparar el interrogatorio. Para tal efecto, junto con el Suboficial FAP Víctor Flores Tuesta, colocaron la máquina de escribir, grabadora y suficiente papel.

Tras un breve análisis, prepararon el cuestionario de preguntas para cada uno de ellos. El coronel Abram dio el visto bueno a la sala de interrogatorio y procedieron a interrogar primero al comandante Jarpa. Luego del saludo protocolar al coronel Abram, Jarpa tomó asiento y el teniente Rosales pidió permiso a su superior para empezar el interrogatorio. Abram dio su consentimiento. El temor del teniente Rosales era que Jarpa no reconozca su delito y se niegue a contestar o sencillamente falsee la verdad o solicite la presencia de las autoridades diplomáticas de su país. Para evitar eso, el teniente Rosales, con voz resulta y dirigiéndose a su superior, declaró lo siguiente:
“Mi coronel, hoy he sido testigo de las acciones cometidas por el personal naval chileno y, en especial, por el comandante Jarpa contra el estado peruano. Las preguntas que voy a efectuar se ajustarán estrictamente a la verdad. Espero que las respuestas también se ajusten estrictamente a la verdad. Quiero decirle al comandante Jarpa, al término del interrogatorio: ¡Mi comandante! Por haber dicho la verdad y no chileno cobarde y mentiroso por no decirla. Del comandante depende la respuesta. Eso es todo mi coronel”.

Jarpa pidió a Abram el uso de la palabra y dijo: “Mi coronel, le aseguro que el teniente, al término del interrogatorio, me va a decir mi comandante”. Luego de esa formalidad, comenzó el interrogatorio. Y efectivamente, Jarpa respondió correctamente, reconociendo que había cometido el delito de espionaje. Al final, el teniente Rosales se puso de pie y dijo: “Eso es todo, mi comandante”. Los otros dos detenidos trataron de entorpecer el interrogatorio, pero Jarpa había reconocido plenamente su falta y, por ende, la de ellos. No les quedó más remedio que aceptar los hechos que se les imputaban.

En horas de la noche arribaron, en un avión Antonov 26 a la base de Talara, el embajador Cacho Souza por parte del Ministerio de Relaciones Exteriores, el coronel FAP Orlando Marchessi Mateo, subdirector de la Dirección de Inteligencia de la FAP y el teniente FAP Franklin Martínez Venero, para ayudar en los trámites de inteligencia y diplomáticos. Se reunieron reservadamente con Abram para analizar detalladamente el caso y atendieron las llamadas y consultas que efectuaban diferentes autoridades de gobierno con la finalidad de apoyar en los trámites de rigor que se tenía que hacer en Talara antes de regresar a Lima. El coronel Marchessi dirigió el último interrogatorio. Lo hizo con tal maestría que Durand terminó llorando pidiendo perdón por lo que había hecho e implorando que no le hicieran daño a su familia. A las 3 de la mañana del 15 de diciembre, en el mismo Antonov, los tres representantes del gobierno partieron a Lima llevándose a los detenidos. La seguridad de ellos estuvo a cargo del capitán Jorge Meza Romero. Abram se quedó en Talara redactado los documentos correspondientes.

Tras llegar al aeropuerto Jorge Chávez del Callao, los detenidos fueron llevados directamente hasta un avión de Lan Chile que partió inmediatamente a Santiago. Los medios de comunicación dieron cuenta que los tres detenidos chilenos arribaron al Jorge Chávez en un Antonov de la FAP e inmediatamente abordaron un avión. En la portada de una revista peruana apareció una foto donde se puede ver a los detenidos subiendo las escalinatas del avión con parches en el rostro. Se quiso insinuar que los detenidos habían sido agredidos por el personal FAP. En honor a la verdad y según los informes de los testigos presenciales, en ningún momento hubo agresión alguna. El trato fue severo como correspondía a la situación, pero también respetuoso.

Frente a estos sucesos, el gobierno chileno envió a Lima al general Hernand Brady para pedir explicaciones. Se argumentó que el espionaje había sido una decisión particular del personal militar de la embajada y de la tripulación del buque, así como que el embajador Francisco Bulnes Sifuentes no tenía conocimiento de estas actividades. El buque Beagle fue escoltado por naves de la armada peruana hasta abandonar nuestras aguas territoriales. Paralelamente, en Lima, el gobierno central discutía el asunto con el gobierno chileno.

¿Qué fue lo que discutió, pactó o negoció el gobierno peruano con el chileno encabezado por Augusto Pinochet para liberar a los tripulantes navales que habían cometido el delito de espionaje y que sanciona nuestras leyes? Nunca se ha conocido. Tampoco hubo un comunicado del Ministerio de Relaciones Exteriores del Perú o de alguna autoridad chilena al respecto. Parte del personal diplomático chileno, incluido su embajador, abandonaron el país días después, no sin antes haber sido declarado personas no gratas por parte del gobierno peruano. En Lima quedó solo una representación comercial. La sociedad peruana en pleno siguió interesada en este caso porque en los siguientes días se dio inicio al juicio del estado peruano contra el suboficial FAP (r) Alfonso Vargas Garayar por el delito de traición a la patria, que lo sentenció a la pena de muerte.

El Ministro de Defensa y el Comandante General de la FAP procedieron a felicitar en la Orden General de la FAP al personal que participó exitosamente en esta operación de contrainteligencia, evitando de esta forma que personal militar chileno obtenga inteligencia a favor de su país. El reconocimiento se cumplió en sesión reservada en el despacho del Comandante General FAP Luis Galindo Chapman.

No hubo ceremonia pública. Se trató en lo posible de silenciar los hechos. Al cabo de algún tiempo, ya ni siquiera en la FAP se mencionaba el asunto y el aniversario por el descubrimiento de los espías chilenos dejó de formar parte de la agenda oficial de la Dirección de Inteligencia. Estas acciones demostraron que el joven Servicio de Inteligencia FAP cumplió su misión impecablemente, informando oportunamente desde su sede central al comandante del Grupo Aéreo N° 11 de Talara las acciones que desarrollaban los agentes chilenos en Lima y durante su recorrido hasta Talara.

No se podía afirmar que después de esta operación fallida, los agentes de inteligencia chilenos en Perú dejarían de actuar. Años después, el caso del técnico FAP Víctor Ariza nos hizo conocer que la inteligencia chilena se replegó solo por un tiempo. Esta historia de espionaje no ha terminado aún porque falta saber cuál fue el acuerdo entre Francisco Morales Bermúdez y Augusto Pinochet para liberar a quienes cometieron el delito de espionaje. Sería interesante y saludable para la historia del Perú conocer los lados oscuros de este caso.

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